dijous, 4 d’abril del 2013

In Memoriam Rosa Rossi

Rosa Rossi entrevistada por Rosamaria Aguadé en DUODA 17 (1999)

ROSA ROSSI
Canossa, 1928-Roma, 4 febrero 2013

De Rosa Rossi recuerdo que tenía el don de la sensibilidad. Con la sensibilidad detenía la barbarie, como un hada que levantara un poquito una varita mágica. Detenía la barbarie de los prejuicios y del rigor académicos, de las ideologías y de las prisas. Estaba en la universidad como hispanista (erudita y grandísima), y parecía una mística; era marxista, y escribió sobre santa Teresa de Jesús y sobre san Juan de la Cruz los mejores ensayos que conozco; empezaba una conferencia llena de gente expectante, y se tomaba su tiempo con cualquier cosa, casi sin decir nada, como quien sostiene al descuido una flor o un vaso, hasta que los ojos y los oídos se fijaban sonrientes. Por eso, todavía hoy (o especialmente hoy, no sé) hay que prepararse para leerla con el primer movimiento de los ritos de paso: la separación.
Como pasa con la mística femenina, su escritura no ha notado el paso del tiempo. De sus ensayos, mi favorito sigue siendo el libro Teresa d’Avila. Biografia di una scrittrice (1983, 2ª edición ampliada 1993), premio Donna Città di Roma, dedicado a Ida Magli (en italiano) y a Giulia Adinolfi (en la traducción española, de 1984), un libro tan querido que se vendía en los kioskos de periódicos en España en 1995. Esta biografía cambió definitivamente las claves de lectura de la vida y de la obra de Teresa de Jesús, que pasó de ser una mujer grande pero lejana por lo incomprensible a ser una fuente de inspiración de hombres y mujeres, incluso jóvenes feministas, como ya había ocurrido en el siglo XVI, siglo en el que también había escritoras feministas, como la novelista castellana Beatriz Bernal, autora de libros de caballería como los que leían Teresa y su madre Beatriz de Ahumada.

El secreto de Rosa Rossi fue el seguir las fuentes históricas con sencillez para, sin perderlas de vista, ir descubriendo los flujos de la conciencia de Teresa hasta conseguir trasladarlos literal y alegóricamente a la escritura de su biografía. Esto quiere decir que Rosa Rossi se situó a cada paso en el contexto de la información que Teresa pudo tener, prescindiendo de los conocimientos que se tienen cuando se mira desde el presente y se sabe cómo acabó la historia. Teresa vivió siempre perseguida, siempre con el riesgo de ser detenida y condenada por el tribunal de la Inquisición de Castilla; escribir sabiendo que al final sería canonizada, habría tergiversado el sentido de su vida y de su escritura.

Para conseguir algo tan difícil, Rosa Rossi se dejó llevar por la inspiración, inspiración que ni pone ni quita objetividad a la historia sino que la vuelve “historia viviente”. Escribió en la Prefazione a la segunda edición de Teresa d’Avila (p. XXX):
“Letti e utilizzati dall’interno della mente di lei, quegli appunti mi svelarono la grammatica delle “voci” teresiane: interventi lucidi di una “voce” interiore, momenti di dialogo tra voci contrastanti all’interno della mente. Piú di una volta la “voce” insiste perché lei “non trascuri di scrivere quello che ti dico [...] altrimenti dimentichi quello che ti ho detto”, in altri casi la voce polemizza con la mentalità patriarcale che vuole limitare la libertà di movimento di Teresa. In altri casi l’appunto registra momenti dell’”innamoramento” per Gracián o della tensione con Juan de la Cruz.”

Pienso que Rosa Rossi revolucionó a finales del siglo XX la noción de biografía histórica con profundidad semejante a la de Virginia Woolf con su Orlando, del que su autora dijo que quiso “revolucionar la biografía en una noche”.
Al saber de su muerte, me vino el recuerdo de su sensibilidad en la voz de los dos últimos versos del poema 1038 de Emily Dickinson:
Ser una Flor, es profunda
Responsabilidad –
                                                                   María-Milagros Rivera Garretas
                                                                   Barcelona, 29 de marzo de 2013


dimarts, 2 d’abril del 2013

Comentario del cine forum de Duoda, Significando miradas a la película María Antonieta, de Sofia Coppola


Cartel de María Antonieta, la película
Esta película es una muestra más de cómo la libertad femenina se cuela por todas partes, esto ocurre sencillamente porque existe, porque está allí donde una mujer la pone en circulación. Esto fue lo que  se nos mostró el pasado 22 de marzo en el debate del cine fórum de Duoda Significando miradas, en torno a la película  Maria Antonieta, una reina muy distinta de la que se nos muestra en los manuales de Historia y en las novelas.

Esto fue posible gracias a que la directora de cine Sofia Coppola, basándose en el libro: María Antonieta, la última reina, de  Antonia Fraser y confiando en la soberbia interpretación de la actriz Kirsten Dunst, ha sabido mostrarnos lo que realmente estuvo en juego en aquellos años convulsos de la Francia revolucionaria. Desde este cine fórum  nos hemos acercado con otra mirada para recoger el fruto de esta trilogía de creación femenina que ha dado un nuevo trato a esta reina, siendo capaces de atravesar siglos de desprecio, de ignorancia y malos entendidos, para mostrarnos a una mujer que sintió el peso de la corona francesa sobre su cabeza y aun así, se tomó su libertad, fuera del alcance de la corte de Versalles.

Sin entrar en más detalles, quiero poner de manifiesto que esta película se vertebra desde lo íntimo y personal hacia lo común y externo, ya que narra la historia de un período de Francia enfocado desde la experiencia personal de María Antonieta. Entre tafetanes y sedas, Coppola, consigue mantenernos dentro de palacio,  aislados y ajenos a lo que ocurre fuera de la corte, sin explicitarnos contacto con el exterior, ajenos a la Revolución, igual que lo estaba la anquilosada corte de Versalles, sólo a través de algunas pinceladas nos pone de manifiesto la verdadera causa que provoca la crisis y el hambre que asola a Francia, el juego de poder de la Guerra de los Siete años. Sin apenas diálogos, sin grandes discursos, sólo con frases sueltas  y sutiles cotilleos entre baile, salón y pasillo nos hace saber que algo está pasando afuera, ese es, en parte, el atrevimiento de Sofía Coppola.



Marisé Clement
Barcelona, marzo 2013

María Antonieta, de Sofía Coppola (2006)


María Antonieta, cartel de la película de  Sofía Cópola
Esta película es la segunda ofrecida en el segundo año de existencia del ciclo Cine forum de Duoda: Significando miradas, ciclo fundado y sostenido por Marisé Clement López y otras. La disfrutamos el 22 de marzo en el teatro La Cuina de La Bonne en Barcelona. Estuvo amadrinada por Ivette Roche Andreu, que la presentó con originalidad y que, con Marisé, sostuvo el coloquio/foro de debate que siguió a la película.

El cine necesita mucho espacios y actividades como esta, porque la crítica cinematográfica corriente y, también, la opinión no crítica que circula sobre las películas, tiende a no entenderlas bien, en especial las que han sido pensadas y dirigidas por mujeres. Al no haberse enterado del final del patriarcado, la crítica habitual no ve la libertad femenina o la interpreta como falta de admiración al falo, provocando verdaderos errores de epistemología. María Antonieta, por ejemplo, que es una obra maestra, ha tenido que soportar críticas del tipo “superficial” o “esteticista”, nociones que se han quedado por detrás del presente como ejemplo de hermenéutica de la plancha más que de interpretación de una obra de arte.

La figura de María Antonieta bosquejada por Sofia Coppola y por su fuente principal, la novela María Antonieta: la última reina de Antonia Fraser, e interpretada maravillosamente por Kirsten Dunst, es mucho más creíble y fundada que la que transmiten tercamente los libros y las revistas de historia. Como le ha ocurrido a otra reina más antigua, Juana I de Castilla y Aragón, su memoria histórica ha sido tapada por una leyenda banal y oscura que es, en realidad, un icono de madera que esconde otra cosa: en el caso de María Antonieta, la leyenda (que curiosamente aprenden muy bien los alumnos y alumnas de historia que apenas saben historia) ha escondido lo que esta película desvela, y lo desvela sin traicionar a las fuentes. La película desvela que María Antonieta tuvo la misma libertad, con contenidos distintos, de su madre la archiduquesa María Teresa de Austria. Desvela que se había enterado de que su mundo –el mundo al borde de la primera gran revolución social de Europa– era muy distinto del mundo de su madre y del rey Luis XV de Francia. Desvela que sabía, como sabía J. J. Rousseau o, antes, Christine de Pizan, que la obsesión por el rango no salvaría a la aristocracia francesa (escena en la que una noble se altera porque María Antonieta no refuerza en sus fiestas “el lugar que una ocupa”). Desvela que la nueva delfina no aprueba la política sexual de la corte de Francia (escena con madame Du Barry). Desvela que fue la intervención del gobierno francés en la Guerra de la independencia de los Estados Unidos lo que arruinó a la Hacienda y la sociedad francesas, y no los gastos personales de la reina. Desvela que la prensa revolucionaria masculina y burguesa mintió sobre la reina como mujer, manipulando a la opinión pública difamándola sobre un asunto (el ser mujer) sensible porque sagrado ya que todas y todos nacemos de mujer (“Si no tienen pan, que coman pastel”). Desvela que María Antonieta no era una mujer incompetente sino una que quería libremente ser madre (aparte de que lo quisiera Francia) y encontró para su deseo obstáculos casi insalvables, empezando por su marido, un hombre, como algunos de hoy, muy desorientado; lo desvela en muchas escenas, de entre las que destaco dos: el nacimiento de la niña, esencial para ella porque necesaria para la Trinidad femenina, y la relación con la gran pintora de su corte que fue Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun. En realidad, en el trasfondo de la biografía de María Antonieta y de la película de Sofía Coppola está la Querella de las mujeres, y esto ha contribuido a importunar a la historia y a la crítica cinematográfica con poder.
En la película es, en mi opinión, esencial la gran escena casi final en la que María Antonieta, en el palacio real con su marido Luis XVI, su hija y su hijo, toda la aristocracia huida y una parte del pueblo enfurecido en la plaza, se levanta, sale al balcón y, en silencio, hace una profunda reverencia al pueblo. La escena dice que la reina sabe que quien está haciendo, desde ese momento, política del poder en Occidente son las masas; es decir, muestra que su competencia simbólica era tan grande que sabe rendirse y no se equivoca de enemigo. La escena trae a la memoria otra escena: Las Meninas de Velázquez, un cuadro que anticipa en lo simbólico (que es donde se hacen las revoluciones que cuentan) el final de las monarquías absolutas: el artista pintó al rey al fondo, pasando de soslayo, casi fuera del cuadro, mientras la infanta hace una leve reverencia no al rey sino al espectador o espectadora.
Solo he echado de menos, y mucho, a las Preciosas, sus salones y la cultura de la conversación. Parece que ni Sofia Coppola ni Antonia Frazer las conocen, a pesar de que el gran libro de Benedetta Craveri La civiltà della conversazione fue publicado en 2001 y a pesar de que Manoel de Oliveira las representó con gusto en La Lettre en 1999.

María-Milagros Rivera Garretas